viernes, 21 de noviembre de 2014

Las Semillas +++ PARA REFLEXIONAR+++

Un hombre tomaba cada día el autobús para ir al trabajo. Una parada después, una anciana subía al autobús y se sentaba al lado de la ventana. La anciana abría una bolsa y durante todo el trayecto, iba tirando algo por la ventana. Siempre hacía lo mismo y un día, intrigado, el hombre le preguntó qué era lo que tiraba por la ventana.
- ¡Son semillas! – le dijo la anciana.
- ¿Semillas? ¿Semillas de qué?
- De flores, es que miro afuera y está todo vacío… Me gustaría poder viajar viendo flores durante todo el camino.
¿Verdad que sería bonito?.
- Pero las semillas caen encima del asfalto, las aplastan los coches, se las comen los pájaros… ¿Cree que sus semillas germinarán al lado del camino?
- Seguro que sí. Aunque algunas se pierdan, algunas acabarán en la cuneta y, con el tiempo, brotarán.
- Pero… Tardarán en crecer, necesitan agua…
- Yo hago lo que puedo hacer. ¡Ya vendrán los días de lluvia!
La anciana siguió con su trabajo…
Y el hombre bajó del autobús para ir a trabajar, pensando que la anciana había perdido un poco la cabeza.
Unos meses después… yendo al trabajo, el hombre, al mirar por la ventana, vio todo el camino lleno de flores… ¡Todo lo que veía era un colorido y florido paisaje! Se acordó de la anciana, pero hacía días que no la había visto. Preguntó al conductor:
- ¿Qué hay de la anciana de las semillas?
- Pues, ya hace un mes que murió.
El hombre volvió a su asiento y siguió mirando el paisaje.
- “Las flores han brotado, se dijo, pero ¿de qué le ha servido su trabajo?. No ha podido ver su obra”.
De repente, oyó la risa de una niña pequeña que señalaba entusiasmada las flores…
¡Mira papá! ¡Mira cuantas flores!
¿Verdad que no hace falta explicar mucho el sentido de esta historia?
La anciana de nuestra historia había hecho su trabajo y dejó su herencia a todos los que la pudieran recibir, a todos los que pudieran contemplarla y ser más felices.
Dicen que aquel hombre, desde aquel día, hace el viaje de casa al trabajo con una bolsa de semillas.
Está reflexión está dedicada a todos aquellos padres, maestros, educadores, profesionales de la enseñanza, que, hoy, más que nunca, no pueden ver cómo crecen las semillas plantadas, las esperanzas sembradas en el corazón.
Porque… Educar es enseñar caminos.

martes, 11 de noviembre de 2014

RAÍCES PROFUNDAS

Un antiguo vecino tenía un enorme patio de su casa. A veces observaba, desde mi ventana, su esfuerzo por plantar árbolesy más árboles, todos los días.
Lo que más llamaba mi atención, entretanto, era el hecho de que él jamás regaba los brotes que plantaba. Pasé a notar, después de algún tiempo, que sus árboles estaban demorando mucho en crecer.
Cierto día, resolví entonces aproximarme al médico y le pregunté si él no tenía recelo de que las plantas no creciesen, pues percibía que él nunca las regaba. Fue cuando, con un aireorgulloso, él me describió su fantástica teoría.
Me dijo que, si regase sus plantas, las raíces se acomodarían en la superficie y quedarían siempre esperando por el agua fácil, que venía de encima. Como él no las regaba, los árboles demorarían
más para crecer, pero sus raíces tenderían a migrar para lo más profundo, en busca del agua y de las varias nutrientes encontradas en las capas más inferiores del suelo.
Así, según èl, los árboles tendrían raíces profundas y serían más resistentes a las intemperies. Y agrego que él frecuentemente daba unas palmadas en sus árboles, con un diario doblado, y que hacía eso para que se mantuviesen siempre despiertas y atentas. Esa fue la única conversación que tuvimos con mi vecino.
Tiempo después fui a vivir a otro país, y nunca más volví a verlo.
Varios años después, al retornar del exterior, fui a dar una mirada a mi antigua residencia. Al aproximarme, noté un bosque que no había antes. ¡¡Mi antiguo vecino, había realizado su sueño!!.
Lo curioso es que aquel era un día de un viento muy fuerte y helado, en que los árboles de la calle estaban arqueados, como si no estuviesen resistiendo al rigor del invierno. Entretanto, al aproximarme al patio del médico, noté cómo estaban sólidos sus árboles: prácticamente no se movían, resistiendo estoicamente aquel fuerte viento.
Qué efecto curioso, pensé… Las adversidades por las cuales aquellos árboles habían pasado, llevando palmaditas y habiendo sido privados de agua, parecía que los había beneficiado de un modo que el confort y el tratamiento más fácil jamás lo habrían conseguido.
Todas las noches, antes de ir a acostarme, doy siempre una mirada a mis hijos. Observo atentamente sus camas y veo cómo ellos han crecido.
Frecuentemente oro por ellos. En la mayoría de las veces, pido para que sus vidas sean fáciles, para que no sufran las dificultades y agresiones de este mundo… He pensado, entretanto, que es hora de cambiar mis oraciones.
Ese cambio tiene que ver con el hecho de que es inevitable que los vientos helados y fuertes nos alcancen. Sé que ellos encontrarán innumerables dificultades y que, por tanto, mis deseos de que las dificultades no ocurran, han sido muy ingenuos. Siempre habrá una tempestad en algún momento de nuestras vidas, porque, querramos o no, la vida no es muy fácil.
Al contrario de lo que siempre he hecho, pasaré a orar para que mis hijos crezcan con raíces profundas, de tal forma que puedan retirar energía de las mejores fuentes, de las más divinas, que se encuentran siempre en los lugares más difíciles.
Pedimos siempre tener facilidades, pero en verdad lo que necesitamos hacer es pedir para desenvolver raícesfuertes y profundas, de tal modo que cuando las tempestades lleguen y los vientos helados soplen, resistamos bravamente, en vez de que seamos subyugados y doblegados.
Jeremías 17:8
Porque él será como el árbol plantado junto á las aguas, que junto a la corriente echará sus raìces, y no verá cuando viniere el calor, sino que su hoja estará verde; y en el año de sequía no se fatigará, ni dejará de hacer fruto.

martes, 4 de noviembre de 2014

NO HAY MAL QUE POR BIEN NO VENGA - RICARDO PALMA

La casa de huérfanos de Lima fue fundada en 1597 por Luis Ojeda el Pecador, bajo la advocación de Nuestra Señora de Atocha. Lo que movió al caritativo varón a ocuparse de los expósitos fue el haber encontrado en el atrio de la Merced el cuerpo de una criatura casi devorado por los perros. Asociáronse al fundador los escribanos de la ciudad, tal vez impulsados por el aguijón de la conciencia y en descargo de algunas falsificaciones de testamentos y otros pecadillos del oficio.
Cuenta el padre Cobos que un día salió Luis el Pecador por las calles de Lima con dos niños en los brazos, diciendo: «Ayúdenme, hermanos, a criar estos angelitos y otros que tengo en casa». Ni el virrey, ni la aristocracia, ni los mercaderes y demás gente rica atendieron al postulante, sino el gremio de escribanos y relatores, que sabía a ochenta individuos, poco más o menos. Constituida ya la hermandad, dijo Luis el Pecador: «Pues tanta dicha miran mis ojos, ya puedes, Dios mío, recogerte a tu siervo».

Y lo particular es que murió a los tres días y en olor de santidad.
En los primeros tiempos, bastaba con golpear la puerta para que asomase la superiora del establecimiento, y sin hacer pregunta indiscreta recibía la encomienda de manos de la tapada o embozado conductor.
Años más tarde, algunos curiosos, principalmente los colegiales de San Carlos, dieron en esconderse a inmediaciones de la casa y seguir la pista a las portadoras de contrabando. Algunos misterios domésticos llegaron así a traslucirse, andando en lenguas la honra de casadas y doncellas. Lima se volvió un hervidero de chismes, y hubo muchachas encerradas en el convento, después de motilonas, y aun recibieron palizas muchos aficionados a cazar en vedado.
Discurriose entonces que la mejor manera de conservar el misterio era establecer un torno en la calle, junto a la puerta de la casa.
Un pobre zapatero que vivía en la calle de los Gallos estaba casado con una hembra tan fecunda que cada año lo obsequiaba, si no con mellizos, por lo menos con un vástago.
Aconteció que por entonces hubo epidemia de depositar muchachos en el torno, y rara era la noche en que de ocho a nueve no colocaran en él siquiera un par de mamones. Alarmose la superiora con esta invasión, tanto más, cuanto que le dijeron que un mismo individuo, embozado en una capa, era el conductor de los huéspedes. Propúsose la buena señora descubrir el intríngulis, si lo había, y apostó cuatro jayanes para que se apoderasen del encapado.
Quiso la suerte que esa noche se decidiera el zapatero a llevar su recién nacido a la santa casa, pues carecía de recursos para mantener un hijo más. A tiempo que los jayanes le caían encima, una enlutada colocaba otro niño en el torno.
Introducido el pobrete en la casa, le dijo la superiora:
-Es mucha pechuga que todas las noches traiga usted a pares los muchachos. ¿Qué se ha figurado usted? Ya puede cargar con los que ha traído hoy, antes que lo haga poner preso para que la Inquisición averigüe si tiene usted pacto con el diablo o fábrica de hacer muchachos. ¿Habrase visto la lisura del hombre?
Al oír lo de la Inquisición, contestó temblando el zapatero:
-Pero, señora, uno no más es mío, quédese usted con el otro.
-¡Largo de aquí, so arrastrado, y llévese su par de diablitos!
El zapatero no tuvo más que regresar a su casa con dos bultos bajo la capa y contó el percance a su mujer. Ésta, que había quedado llorando a lágrima viva porque la miseria la obligaba a desprenderse del hijo de sus entrañas, le dijo a su marido:
-Dios, que lo ha dispuesto así, te dará fuerzas para buscar dos panes más. En vez de diez hijos tendremos una docena que mantener.
Y después de besar al suyo con el santo cariño de las madres, empezó a acariciar y desnudar al intruso.
-¡Jesús! ¡Y cómo pesa el angelito!
Y de veras que el chico pesaba, pues estaba ceñido con un cinturón diestramente arreglado y que contenía cien onzas de oro. Además traía un papel con las siguientes palabras: «Está bautizado y se llama Carlitos. Ese dinero es para que su lactancia no grave a la casa. Sus padres esperan en Dios poder reclamarlo algún día».
Cuando menos lo esperaba salió de pobre el zapatero, pues con las monedas del infante habilitó la tienda y fue prosperando que era una bendición. Su mujer crio al niño con mucho mimo, y al cumplir éste seis años fue recogido por sus verdaderos padres, quienes, por motivos que no son del caso, no habían podido legitimar antes sus relaciones.
Por eso... nunca maldigas los ratos malos... quien sabe que te preparan para disfrutar los buenos...
...Que lo Disfrutes...